Como yo se que algunos de ustedes no tienen este libro en su biblioteca me estoy tomando el tiempo de transcribir este libro para ir subiendo al blog capítulo por capítulo con la única intención de que ustedes hermanos en la fe sean grandemente edificados en su vida espiritual y crezcan en el conocimiento del Santo Dios de la Biblia. En esta publicación subiré el prólogo y el primer capítulo.
No se olviden de dejar sus comentarios al final de la publicación.
PRÓLOGO.
“Amístate ahora con él, y tendrás paz; y por ellos te vendrá bien” (Job. 22:21). “Así dijo Jehová: No se alabe el sabio en su sabiduría, ni en su valentía se alabe el valiente, ni el rico se alabe en sus riquezas. Mas alábese en esto el que se hubiere de alabar: en entenderme y conocerme, que yo soy Jehová” (Jeremías 9:23,24). El salvador conocimiento espiritual de Dios es la mayor de las necesidades de toda criatura humana.
El fundamento de todo conocimiento verdadero de Dios ha de ser la clara comprensión mental de sus perfecciones, tal como se revelan en la Sagrada Escritura. No se puede servir ni adorar a un Dios desconocido, ni depositar nuestra confianza en Él. En este breve libro me he esforzado en presentar algunas de las principales perfecciones del carácter Divino. Para que el lector se beneficie realmente de la lectura de las páginas que siguen, necesita pedir seria y determinadamente a Dios que las bendiga para su provecho, que aplique su verdad a la conciencia y al corazón, para que, de este modo, su vida sea transformada.
Necesitamos algo más que un conocimiento teórico de Dios. El alma sólo conoce verdaderamente a Dios cuando se rinde a Él; cuando se somete a su autoridad, y cuando sus preceptos y mandamientos regulan todos los detalles de la vida. “Y conoceremos, y proseguiremos en conocer a Jehová” (Oseas 6:3). “El que quisiere hacer su voluntad, conocerá” (Juan 7:17). “El pueblo que conoce a su Dios, se esforzará” (Daniel 11:32).
LA SOLEDAD DE DIOS
El titulo de este articulo quizá no sea suficientemente explicito para indicar su tema. Ello es debido, en parte, al hecho de que muy pocas personas, hoy en día, están acostumbradas a meditar sobre las perfecciones personales de Dios. Relativamente, saben de la grandeza del carácter Divino, que inspira temor e incita a la adoración. Que Dios es grande en sabiduría, maravilloso en poder, y, sin embargo, lleno de misericordia, es tenido por muchos como algo casi del dominio público; pero tomar en consideración algo parecido a un conocimiento adecuado de su Ser, su Naturaleza, sus atributos, tal como se revelan en la Santa Escritura, en cosa que poquísimas personas han alcanzado en estos degenerados tiempos. Dios es único en su excelencia. “¿Quién como Tú, Jehová, entre los dioses? ¿Quién como Tú, magnifico en santidad, terrible en loores, hacedor de maravillas?” (Éxodo 15:11).
“En el principio, Dios” (Génesis 1:1). Hubo un tiempo, si “tiempo” puede llamársele, cuando Dios, en la unidad de su naturaleza (aunque existiendo igualmente en tres Personas divinas), habitada solo. “En el principio, Dios.” No había cielo, donde su gloria es manifestada particularmente ahora. No había tierra que ocupara su atención. No había ángeles que cantaran sus alabanzas, ni universo que se sostuviese por la palabra de su poder. No había nada ni nadie sino Dios; y esto, no durante un día, un año, o una época, sino “desde el siglo”. Durante una eternidad pasada, Dios estuvo solo: completo, suficiente, satisfecho en sí mismo, no necesitando nada. Si un universo, o ángeles, o seres humanos le hubiesen sido necesarios en alguna manera, hubiesen sido llamados a la existencia desde toda la eternidad. Nada añadieron esencialmente a Dios al ser creados. El no cambia (Malaquías 3:6), por lo que su gloria substancial no puede ser aumentada ni disminuida.
Dios no estaba bajo coacción, obligación, ni necesidad alguna de crear. El hecho de que quisiera hacerlo fue puramente un acto soberano de su parte, no producido por nada fuera de sí mismo; no determinado por nada sino por su propia buena voluntad, ya que Él “hace todas las cosas según el consejo de su voluntad” (Efesios 1:11). Que Él creara fue simplemente para su gloria manifestativa. ¿Cree alguno de nosotros lectores que hemos ido mas allá de lo que la Escritura nos autoriza? Entonces, nuestra apelación será a la Ley y al Testimonio: “Levantaos, bendecid a Jehová vuestro Dios desde el siglo hasta el siglo: y bendigan el nombre tuyo, glorioso y alto sobre toda bendición y alabanza” (Nehemías 9:5). Dios no sale ganando nada ni siquiera con nuestra adoración. El no necesitaba esa gloria externa de su gracia que procede de sus redimidos, porque es suficientemente glorioso en sí mismo sin ella. ¿Qué fue lo que le movió a predestinar a sus elegidos para la alabanza de la gloria de su gracia? Fue, como nos dice Efesios 1:5, “el puro afecto de su voluntad.”
Sabemos que el elevado terreno que estamos pisando es nuevo y extraño para casi todos nuestros lectores; por esta razón, haremos bien en movernos despacio. Recurramos de nuevo a las Escrituras. Al final de Romanos 11, donde el apóstol concluye su larga argumentación sobre la salvación por la pura y soberana gracia, pregunta: “Porque, ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio a Él primero, para que le sea pagado?” (Vs. 34,35). La importancia de esto es que es imposible someter al Todopoderoso a obligación alguna hacia la criatura; Dios no sale ganando nada con nosotros. “Si fueres justo, ¿qué le darás a Él? ¿O qué recibirá de tu mano? Al hombre como tú dañara tu impiedad, y al hijo del hombre aprovechará tu justicia” (Job 35:7,8), pero no puede, en verdad, afectar a Dios, quien es bendito en sí mismo. “Cuando hubieres hecho todo lo que os es mandado, decid: Siervos inútiles somos” (Lucas 17:10), nuestra obediencia no ha aprovechado en absoluto a Dios.
Es más, nuestro Señor Jesucristo no añadió nada al ser y a la gloria esenciales de Dios, ni por lo que hizo, ni por lo que sufrió. Es verdad, bendita y gloriosa verdad, que nos manifestó la gloria de Dios, pero no añadió nada a Dios. Él mismo lo declara explícitamente y sin apelación posible al decir: “Mi bien a ti no aprovecha” (Salmo 16:2). Todo este salmo es de Cristo. La bondad o justicia de Cristo aprovechó a sus santos en la tierra (Salmo 16:3), pero Dios estaba por encima y mas allá de todo ello, pues es “el Bendito” (Marcos 14:61).
Es absolutamente cierto que Dios es honrado y deshonrado por los hombres; no en su ser substancial, sino en su carácter oficial. Es igualmente cierto que Dios ha sido “glorificado” por la creación, la providencia y la redención. Esto no lo negamos, ni nos atrevemos a hacerlo. Pero todo ello tiene que ver con su gloria manifestativa, y nuestro reconocimiento de ella. Con todo, si Dios así lo hubiera deseado, habría podido continuar solo por toda la eternidad, sin dar a conocer su gloria a criatura alguna. El que lo hiciera así o no, fue determinado solamente por su propia voluntad. Él era perfectamente bendito en si mismo antes de que la primera criatura fuera llamada a la vida. Y, ¿qué son para Dios todas las obras de sus manos, incluso ahora? Dejemos otra vez que la Escritura conteste:
“He aquí que las naciones son reputadas como la gota de un acetre, y como el orín del peso; he aquí que hace desaparecer las islas como polvo. Ni el Líbano bastará para el fuego, ni todos sus animales para el sacrificio. Como nada son todas las gentes delante de Él; y en su comparación serán estimadas en menos que nada, y que lo que no es. ¿A qué pues haréis semejante a Dios, o qué imagen le compondréis?” (Isaías 40:15-18). Este es el Dios de la Escritura; sí, todavía es “el Dios no conocido” (Hechos 17:23) para las multitudes descuidadas. “Él está asentado sobre el globo de la tierra, cuyos moradores son como langostas; Él extiende los cielos como una cortina, tiéndelos como una tienda para morar; Él torna en nada los poderosos, y a los que gobiernan la tierra hace como cosa vana” (Isaías 40:22,23). ¡Cuán infinitamente distinto es el Dios de la Escritura del “dios” del púlpito corriente!
El testimonio del Nuevo Testamento no difiere en nada del que hallamos en el Antiguo: no podría ser de otro modo, teniendo ambos el mismo Autor. También ahí leemos: “La cual a su tiempo mostrara el Bienaventurado y solo Poderoso, Rey de reyes, y Señor de señores; quien solo tiene inmortalidad, que habita en luz inaccesible; a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver; al cual sea la honra y el imperio sempiterno. Amén” (1ra. Timoteo 6:15,16). Él está solo en su majestad, es único en su excelencia, incomparable en sus perfecciones. Él lo sostiene todo, pero, en sí mismo, es independiente de todo. Él da a todos, pero no es enriquecido por nadie.
Un Dios tal no puede ser conocido mediante la investigación; Él solo puede ser conocido tal como el Espíritu Santo lo revela al corazón, por medio de la Palabra. Es verdad que la creación revela un Creador, y que los hombres son totalmente “inexcusables”; “He aquí, éstas son partes de sus caminos; ¡mas cuan poco hemos oído de Él! Porque el estruendo de sus fortalezas, ¿quién lo detendrá?” (26:14). Creemos que el llamado argumento según designio, usado por algunos “apologistas” sinceros, ha producido muchos más daño que beneficio, ya que ha intentado bajar al gran Dios al nivel de la comprensión finita, y de este modo ha perdido de vista su excelencia única.
Se ha trazado una analogía con el salvaje que encuentra un reloj en la selva, quien, después de un examen detenido, deduce que existe un relojero. Hasta aquí está muy bien. Pero intentemos ir más lejos: supongamos que el salvaje trata de formarse una concepción de ese relojero, sus afectos personales y maneras; su disposición, conocimientos y carácter moral; todo lo que, en conjunto, forma una personalidad. ¿Podría nunca pensar o imaginar un hombre real –el hombre que hizo el reloj—y decir: “Yo le conozco?” Tal pregunta parece fútil pero, ¿está el Dios eterno e infinito mucho más al alcance de la razón humana? Ciertamente, no. El Dios de la Escritura puede ser conocido solamente por aquellos a los cuales Él mismo se da a conocer.
Tampoco el intelecto puede conocer a Dios. “Dios es Espíritu” (Juan 4:24), y, por lo tanto, sólo puede ser conocido espiritualmente. El hombre caído no es espiritual, sino carnal. Esta muerto a todo lo que es espiritual. a menos que nazca de nuevo, que sea llevado sobrenaturalmente de la muerte a la vida, milagrosamente trasladado de las tinieblas a la luz, no puede siquiera ver las cosas de Dios (Juan 3:3), y mucho menos entenderlas (I Corintios 2:14). El Espíritu Santo ha de resplandecer en nuestros corazones (no en el intelecto) para darnos “el conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (II Corintios 4:6). E incluso el conocimiento espiritual es solamente fragmentario. El alma regenerada ha de crecer en la gracia y conocimiento de nuestro Señor Jesucristo (II Pedro 3:18).
Que el Señor Dios Todopoderoso añada entendimiento y sabiduría a los lectores que pasan por este blog. Hasta la próxima Dios mediante. SOLO A DIOS LA GLORIA.