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lunes, 29 de agosto de 2011

LA PRESCIENCIA DE DIOS

Después de algunos días de pausa continuaré publicando un capítulo más del libro "Atributos de Dios". Esta vez toca "la presciencia de Dios".

LA PRESCIENCIA DE DIOS.

¡Qué de controversias ha engendrado este tema en el pasado! Pero, ¿qué verdad hay en la Santa Escritura que no haya sido tomada como ocasión de batallas teológicas y eclesiásticas? La deidad de Cristo, su nacimiento virginal, su muerte expiatoria, su segunda venida; la justificación del creyente, su santificación, su certeza; la iglesia, su organización, oficiales y disciplina; el bautismo, la cena del Señor, y muchísimas otras verdades preciosas que podríamos mencionar. Con todo, las controversias sostenidas en torno a estas no cerraron la boca de los siervos fieles de Dios; ¿habíamos de evitar, entonces, la enojosa cuestión de la presciencia de Dios porque hay, ciertamente, algunos que nos acusaran de fomentar la contienda? Que otros disputen, si quieren; nuestro deber es testificar según la luz que se nos concede.

Hay dos cosas, acerca de la presciencia de Dios, que muchos ignoran: el significado del término, y su alcance bíblico. Debido a que esta ignorancia esta tan extendida, le resultará fácil a un predicador o maestro el defraudar con perversiones de este tema aun al pueblo de Dios. Solo hay una salvaguardia contra el error: estar confirmados en la fe; y para ellos ha de haber estudio diligente y oración, y una recepción humilde del injerto de la palabra de Dios. Solo entonces somos fortificados contra los ataques de aquellos que nos asaltan. En estos días, hay algunos que están usando indebidamente de esta verdad con el fin de desacreditar o negar la soberanía absoluta de Dios en la salvación de los pecadores. Así como los críticos de la alta escuela repudian la inspiración divina de las Escrituras, y los evolucionistas la obra de Dios en la creación, así también, algunos falsos maestros de la Biblia pervierten su presciencia con el fin de desechar su absoluta elección para vida eterna.

Cuando se expone el tema bendito y solemne de la predeterminación, y el de la eterna elección por parte de Dios de ciertas personas para ser hechas conformes a la imagen de su Hijo, el Enemigo envía algún hombre a argüir que la elección se basa en la presciencia de Dios, y esta “presciencia” se interpreta significando que previo que algunos serian mas dóciles que otros, que responderían mas prontamente te a los esfuerzos del Espíritu, y que, debido a que Dios sabía que creerían, Él, en consecuencia, los predestino para salvación. Pero tal declaración es radicalmente errónea. Repudia la verdad de la depravación total, ya que arguye que hay algo bueno en algunos hombres. Quita a Dios su independencia, ya que hace que sus decretos descansen en lo que Él descubre en la criatura. Trastorna las cosas completamente, ya que decir que Dios previo que ciertos pecadores creerían en Cristo, y que, en consecuencia, Él los predestinó para salvación, es lo contrario a la verdad. La Escritura afirma que Dios, en su absoluta soberanía, separo a algunos para que fueran recipientes de sus favores distintivos (Hechos 13:48), y, por tanto, determino conferirles el don de la fe. La falsa teología hace del conocimiento previo que Dios tiene de nuestra fe la causa de su elección para salvación; mientras que la elección de Dios es la causa, y nuestra fe en Cristo es el efecto.

Antes de seguir debatiendo este tema, siempre tan erróneamente interpretado, hagamos una pausa y definamos los términos. ¿Qué quiere decir la palabra “presciencia”? “Conocer de antemano”, es la pronta respuesta de muchos. Pero no debemos juzgar precipitadamente, ni tampoco aceptar como inapelable la definición del diccionario, ya que ésta no es una cuestión de etimología del término empleado. El uso que el Espíritu Santo hace de una expresión define siempre su significado y alcance. Lo que causa tanta confusión y error es el dejar de aplicar esta regla tan sencilla. Hay muchas personas que piensan conocer el significado de una palabra determinada usada en la Escritura, pero que son reacias a poner a prueba sus suposiciones por medio de una concordancia. Ampliemos este punto.

Tomemos la palabra “carne”. Su significado parece ser tan obvio que muchos consideraran que el examinar sus varias conexiones en la Escritura es una pérdida de tiempo. Se supone precipitadamente que la palabra es un sinónimo del cuerpo físico, y no se procura indagar más. Pero, en realidad, la “carne” es la Escritura frecuentemente incluye mucho más que lo que es corporal. Solo por medio de la comparación diligente de cada caso, y el estudio de cada contexto por separado, puede descubrirse todo lo que el término abarca. Tomad la palabra “mundo”. El lector de la Biblia suele imaginar que esta palabra equivale a la raza humana, y, en consecuencia, interpreta equivocadamente los pasajes en los que la misma aparece. Tomada la palabra “inmoralidad”. ¡Sin duda alguna, esta no requiere estudio! Es obvio que hace referencia a la indestructibilidad del alma. Ah, lector, cuando se trata de la Palabra de Dios, el dar por sentado algo sin comprobarlo es locura y error. Si el lector se toma la molestia de examinar cuidadosamente cada pasaje en el que se encuentran las palabras “mortal” e “inmortal”, se dará cuenta que estas nunca se aplican al alma, sino al cuerpo.

Todo lo dicho acerca de “carne”, “mundo” o “inmoralidad”, es aplicable con igual fuerza a los términos “conocer” y “preconocer” (conocer desde antes). Lejos de bastar con la mera suposición de que estas palabras no significan otra cosa que simple cognición, veremos que los diferentes pasajes en los que se encuentran requieren ser considerados cuidadosamente. La palabra “reconocimiento” (traducida en la versión española por “conocer de antes”) no se halla en el Antiguo Testamento; pero sí que se da frecuentemente el término “conocer”. Cuando este es usado en relación con Dios significa a menudo mirar con favor, denotando, no una mera cognición, sino un afecto por el objeto mirado. “Te he conocido por tu nombre” (Éxodo 33:17). “Rebeldes habéis sido a Jehová desde el día que yo os conozco” (Deuteronomio 9:24). “Antes que te formase en el vientre de conocí (Jeremías 1:5). “A vosotros solamente he conocido de todas las familias de la tierra” (Amos 3:2). En estos pasajes, “conocer” significa amar o bien designar.

Asimismo, en el Nuevo Testamento se usa frecuentemente la palabra “conocer” en el mismo sentido que en el Antiguo. “Y entonces les protestaré: Nunca os conocí” (Mateo 7:23). “Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen” (Juan 10:14). “Mas si alguno ama a Dios, el tal es conocido de Él” (I Corintios 8:3). “Conoce el Señor a los que son suyos” (II Timoteo 2:19).

El término “preconocer”, o “presciencia”, tal como se usa en el Nuevo Testamento, es menos ambiguo que en su simple forma “conocer”. Si todos los pasajes en los que aparece son estudiados cuidadosamente, se descubrirá que es muy discutible que el término haga referencia a una mera percepción de eventos que han de tener lugar. En realidad, este término nunca es usado en la Escritura en relación con sucesos o acciones, sino que, por el contrario, siempre se refiere a personas. Dios “conoció por anticipado” a las personas, no ha sus acciones. Para demostrarlo, citaremos los pasajes en los que se encuentra esta expresión.

El primero es Hechos 2:23, donde leemos de Jesús: “… entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole”. Si nos fijamos con atención en las palabras de este versículo, veremos que el apóstol no estaba hablando del conocimiento anticipado de Dios del acto de la crucifixión, sino de la persona crucificado: “este, entregado por”, etc.

El segundo es en Romanos 8:29,30. “Porque a los que antes conoció, también predestino para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que Él sea el primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestino, a estos también llamo;” etc. Fijaos bien en el pronombre que se usa aquí. No es lo que, sino los que antes conoció. Lo que se nos muestra no es la sumisión de la voluntad, ni la fe del corazón, sino las personas mismas.

“No ha desechado Dios a su pueblo, al cual antes conoció” (Romanos 11:2). Una vez más, la referencia es claramente a personas, y a personas solamente.

La última cita es I Pedro 1:2 “Elegidos según la presciencia de Dios Padre.” ¿Quiénes son “elegidos según la presciencia de Dios padre”? El versículo anterior nos lo dice: la referencia es a los “extranjeros esparcidos”, es decir, la Diáspora, los judíos creyentes de la dispersión. Aquí, también, la referencia es a personas, no a sus hechos previstos.

En vista de estos pasajes (y no hay más que estos), ¿Qué base bíblica hay para decir que Dios “previó” los hechos de algunos, a saber, su “arrepentimiento y fe”, y que, a causa de los mismos, los eligió para salvación? Absolutamente ninguna. La Escritura jamás habla del arrepentimiento y la fe como algo previsto o preconocido por Dios. Es verdad que Dios conocía desde toda la eternidad que algunos se arrepentirían y creerían, pero la Escritura no se refiere a esto como objeto de la “presciencia” de Dios. El termino se refiere invariablemente a Dios preconociendo a personas; así pues, “retengamos la forma de las sanas palabras” (II Timoteo 1:13).

Otra cosa sobre la que deseamos llamar particularmente la atención es que los dos primeros pasajes citados muestran de manera clara, y enseñan implícitamente, que la presciencia de Dios no es cautiva sino que, detrás de ella y precediéndola, hay algo más: su propio decreto soberano. Cristo fue “entregado por el (1) determinado consejo y (2) anticipado conocimiento de Dios” (Hechos 2:23). Su “consejo” o decreto fue la base de su anticipado conocimiento. Asimismo en Romanos 8:29. Este versículo empieza con la palabra “porque”, lo cual nos habla de lo que precede inmódicamente. ¿Qué es, entonces, lo que dice el versículo anterior? “Todas las cosas les ayudan a bien… a los que conforme al propósito son llamados.” Así pues, “el anticipado conocimiento” de Dios se basa en su “propósito” o decreto (véase Salmo 2:7).

Dios conoce por anticipado lo que será, porque Él ha decretado que sea. Afirmar, por lo tanto, que Dios elige porque preconoce es invertir el orden de la Escritura, es como poner el carro delante del caballo. La verdad es que preconoce porque ha elegido. Esto elimina la base o causa de la elección como algo de la criatura, y la coloca en la soberana voluntad de Dios. Dios se propuso elegir a ciertas personas, no porque hubiera algo bueno en ellas, ni porque previera algo bueno en ellas, sino solamente a causa de su pura buena voluntad. El porqué escogió a estos no lo sabemos; lo único que podemos decir es: “Así, Padre, porque así te agrado.” La verdad llana de Romanos 8:29 es que Dios, antes de la fundación del mundo, separó ciertos pecadores y los escogió para salvación (II Tesalonicenses 2:13). Estos se ve claro en las últimas palabras del versículo: los “predestino para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo”, etc. Dios no predestinó a aquellos que Él preveía que “eran hechos conformes….”, sino que, por el contrario, predestino a aquellos a los que “antes conoció” (es decir, amo y eligió) “para que fuesen hechos conformes…” Su conformidad a Cristo no es la causa, sino el efecto de la presciencia y predeterminación de Dios.

Dios no eligió ningún pecador porque viera que creería, por la razón, sencilla pero suficiente, de que ningún pecador cree jamás hasta que Dios le da fe; de la misma manera que ningún hombre puede ver antes que Dios le de la vista. La vista es el don de Dios, y ver es la consecuencia del uso de su don. Asimismo, la fe es el don de Dios (Efesios 2:8,9), y creer es la consecuencia del uso de este don. Si fuera cierto que Dios eligió a algunos para ser salvos porque a su debido tiempo estos creerían, eso convertiría el creer en un acto meritorio, y, en este caso, el pecador tendría razón de jactarse, lo cual la Escritura niega enfáticamente (Efesios 2:9).

En verdad la Palabra de Dios es suficientemente clara al enseñar que creer no es un acto meritorio. Afirma que los cristianos son aquellos que “por la gracia han creído” (Hechos 18:27). Por lo tanto, si han creído “por gracia”, no hay absolutamente nada meritorio en creer, y, si no hay nada meritorio, no puede ser la base o causa que movió a Dios a escogerlos. No; la elección de Dios no procede de nada que haya en nosotros, o de nada que proceda de nosotros, sino únicamente de su propia y soberana buena voluntad. Una vez más, en Romanos 11:5 leemos de “un remanente escogido por gracia”. Ahí está suficientemente claro; la misma elección es por gracia, y gracia es favor inmerecido, algo a lo que no tenemos derecho alguno.

Así pues, se ve la importancia, para nosotros, de tener ideas claras y bíblicas sobre la presciencia de Dios. Las concepciones erróneas acerca de ella llevan inevitablemente a las más deshonrosas ideas acerca de Dios. El concepto popular sobre la presciencia divina es del todo insuficiente. Dios, no solamente conoció el final desde el principio, sino que planeo, fijo y predestino todo desde el principio. Y, de la misma manera, que la causa determina el efecto, así también, el propósito de Dios es la base de su presciencia. Si, pues, el lector es un cristiano real, lo es porque Dios lo escogió en Cristo antes de la fundación del mundo (Efesios 1:4), y lo hizo, no porque previo que creería, sino porque, simplemente, así le agrado hacerlo; te escogió a pesar de tu incredulidad natural. Siendo así, toda la gloria y la alabanza le pertenece solo a Él. No tienes base alguna para atribuirte ningún merito. Han creído “por la gracia” (Hechos 18:27), y eso porque tú misma elección fue “de gracia” (Romanos 11:5).

miércoles, 17 de agosto de 2011

LA OMNISCIENCIA DE DIOS


Continuamos con el siguiente punto sobre los maravillos atributos de Dios, esta vez toca publicar sobre la OMNISCIENCIA DE DIOS. Que el Rey del universo abra el entendimiento de aquellos que lean esta porción más de este libro.

LA OMNISCIENCIA DE DIOS.

Dios es omnisciente, lo conoce todo: todo lo posible, todo lo real, todos los acontecimientos y todas las criaturas del pasado, presente y futuro. Conoce perfectamente todo detalle en la vida de todos los seres que están en el cielo, en la tierra y en el infierno. “conoce lo que está en tinieblas” (Daniel 2:22). Nada escapa a su atención, nada puede serle escondido, no hay nada que pueda olvidar. Bien podemos decir con el salmista: “Mas maravillosa es la ciencia (conocimiento) que mi capacidad; alta es, no puedo comprenderla” (Salmo 139:6). Su conocimiento es perfecto; nunca se equivoca, ni cambia, ni pasa por alto cosa alguna. “Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en su presencia; antes todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de Aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Hebreos 4:13). ¡Sí, tal es el Dios a quien tenemos que dar cuentas!

“Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme, has entendido desde lejos mis pensamientos. Mi senda y mi acostarme has rodeado, y estas impuesto en todos mis caminos. Pues aun no está la palabra en mi lengua, y he aquí, oh Jehová, tú la sabes toda” (Salmo 139:2-4). ¡Qué maravilloso ser es el Dios de la Escritura! Cada uno de sus gloriosos atributos debería de honrarle en nuestra estimación. La comprensión de su omnisciencia debería de inclinarnos ante Él en adoración. Con todo, ¡Cuán poco meditamos en su perfección divina! ¿Es ello debido a que, aun el pensar en ella, nos llena de inquietud?

¡Cuán solemne es este hecho: nada puede ser escondido a Dios! “Las cosas que suben a vuestro espíritu, yo las he entendido” (Ezequiel 11:5). Aunque sea invisible para nosotros, nosotros no lo somos para Él. Ni la oscuridad de la noche, ni la más espesa cortina, ni la más profunda mazamorra pueden esconder al pecador de los ojos de la Omnisciencia. Los arboles del huerto fueron incapaces de esconder a nuestros primeros padres. Ningún ojo humano vio a Caín cuando asesino a su hermano, pero su Creador fue testigo del crimen. Sara podía reír burlonamente oculta en su tienda, mas Jehová la oyó. Acán robo un lingote de oro que escondió cuidadosamente bajo tierra, pero Dios lo saco a la luz. David se tomo mucho trabajo en esconder su iniquidad, pero el Dios que todo lo ve no tardó mucho en mandar uno de sus siervos a decirle: “Tú eres aquel hombre”. Y al escritor y al lector se les dice: “Sabed que os alcanzará vuestro pecado” (Números 32:23). Si pudieran, los hombres despojarían a la Deidad de su omnisciencia; ¡qué prueba de que “la intención de la carne es enemistad contra Dios”! (Romanos 8:7). Los hombres impíos odian esta perfección Divina que, al mismo tiempo, se ven obligados a admitir. Desearían que no existiera el Testigo de sus pecados, el Escudriñador de sus corazones, el Juez de sus acciones. Intentan extirpar de sus pensamientos a un Dios tal: “Y no dicen en su corazón que tengo en la memoria toda su maldad” (Oseas 7:2). ¡Cuán solemne el octavo versículo del Salmo 90! Todo aquel que rechaza a Cristo tiene buenas razones para temblar ante Él: “Pusiste nuestras maldades delante de ti, nuestros yerros a la luz de tu rostro”.

Pero la omnisciencia de Dios es una verdad llena de consolación para el creyente. En la perplejidad, dice con Job: “Mas Él conoció mi camino” (23:10). Ello puede ser profundamente misterioso para mí, completamente incomprensible para mis amigos, pero ¡”Él conoce”! Cuando se sienten fatigados y decaídos, los creyentes se dicen a sí mismos: “Él conoce nuestra condición; acuerdase que somos polvo” (Salmo 103:14). Cuando les asaltan la duda y la desconfianza apelan a este mismo atributo, diciendo: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y reconoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad y guíame en la camino eterno” (Salmo 139:23-24). En el tiempo de triste fracaso, cuando nuestros actos han desmentido a nuestro corazón, nuestras obras repudiado a nuestra devoción, y hemos oído la pregunta escrutadora “¿Me amas?”, hemos dicho como Pedro: “Señor, tú sabes todas las cosas; tú sabes que te amo” (Juan 21:17).

Ahí hallamos estimulo para orar. No hay razón para temer que las peticiones de los justos no sean oídas, ni que sus lágrimas y suspiros escapen a la atención de Dios, ya que Él conoce los pensamientos e intentos del corazón. No hay peligro de que un santo sea pasado por alto en la multitud de aquellos que cada día y cada hora presentan sus peticiones, porque la Mente infinita es capaz de prestar la misma atención a millones, que a uno solo de los que buscan su atención. Asimismo, la falta de un lenguaje apropiado y la capacidad de dar expresión al más profundo de los anhelos del alma, no comprometerá nuestras oraciones, porque “será que antes que clamen, responderé yo; aun estando ellos hablando, yo habré oído” (Isaías 65:24).

“Grande es el Señor nuestro, y de mucha potencia; y de su entendimiento no hay numero” (Salmo 147:5). Dios, no solamente conoce todo lo que sucedió en el pasado en cualquier parte de sus vastos dominios, y todo lo que ahora acontece en el universo entero, sino que, además, es sabedor de todos los hechos, desde el más insignificante al más grande, que tendrán lugar en el porvenir. El conocimiento del futuro por parte de Dios es tan completo como completo es su conocimiento del pasado y el presente; y esto es así porque el futuro depende enteramente de Él. Si algo pudiera en alguna manera ocurrir sin la directa agencia o el permiso de Dios, ello sería independiente de Él, y Dios dejaría, por ende, de ser supremo.

El conocimiento Divino del futuro no es una mera abstracción, sino algo inseparablemente relacionado con su propósito y acompañado del mismo. Dios mismo ha designado todo lo que ha de ser, y lo que Él ha designado debe necesariamente efectuarse. Como su Palabra infalible afirma: “En el ejercito del cielo, y en los habitantes de la tierra, hace según su voluntad: ni hay quien estorbe su mano” (Daniel 4:35). Y: “Muchos pensamientos hay en el corazón del hombre; mas el consejo de Jehová permanecerá” (Proverbios 19:21). El cumplimiento de todo lo que Dios ha propuesto está absolutamente garantizado, ya que su sabiduría y poder son infinitos. Que los consejos Divinos dejen de ejecutarse es una imposibilidad tan grande como lo es que el Dios tres veces santo mienta.

En lo relativo al futuro, nada hay incierto en cuanto a la realización de los consejos de Dios. Ninguno de sus decretos, tanto los referentes a criaturas como a causas secundarias, es dejado a la casualidad. No hay ningún suceso futuro que sea solo una mera posibilidad, es decir, algo que pueda acaecer o no: “Conocidas son a Dios desde el siglo todas sus obras” (Hechos 15:18). Todo lo que Dios ha decretado es inexorablemente cierto, porque en Él no hay mudanza ni sombra de variación (Santiago 1:17). Por tanto, en el principio de aquel libro que nos descubre tanto del futuro, se nos habla de “cosas que deben suceder presto” (Apocalipsis 1:1).

El perfecto conocimiento por Dios de todas las cosas es ejemplificado e ilustrado en todas las profecías registradas en su Palabra. En el Antiguo Testamento se hallan docenas de predicciones concernientes a la historia de Israel que fueron cumplidas hasta en los más pequeños detalles siglos después de que fueran hechas. Ahí, también, se hallan docenas prediciendo la vida de Cristo en la tierra, y estas también fueron cumplidas literal y perfectamente. Tales profecías solo podían se dadas por Uno que conocía el final desde el principio, y cuyo conocimiento descansaba sobre la certeza absoluta de la realización de todo lo preanunciado. De la misma manera, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento contienen muchos anuncios todavía futuros, los cuales deben cumplirse porque fueron dados por Aquel que los decretó.

Pero debe señalarse que ni la omnisciencia de Dios ni su cognición del futuro, considerados en sí mismos, son causativos. Jamás sucedió, o sucederá, algo meramente porque Dios lo sabía. La causa de todas las cosas es la voluntad de Dios. El hombre que realmente cree las Escrituras sabe de antemano que las estaciones continuaran sucediéndose con indefectible regularidad hasta el final de la historia de la tierra (Génesis 8:22), pero su conocimiento no es la causa de esta sucesión. Así, el conocimiento de Dios no proviene del hecho de que las cosas son o serán, sino de que Él las ha ordenado de ese modo. Dios conocía y predijo la crucifixión de su Hijo muchos siglos antes de que se encarnara, y esto era así porque, en el propósito Divino, Él era el Cordero inmolado desde la fundación del mundo, de ahí que leamos que fue “entregado por determinado consejo y providencia de Dios” (Hechos 2:23).

Permítanme ahora unas palabras a modo de aplicación. El conocimiento infinito de Dios debería llenarnos de estupor. ¡Cuán ilimitadamente superior al más sabio de los hombres es el Eterno! Ninguno de nosotros conoce lo que el día de mañana nos traerá; pero el futuro entero está abierto a su mirada omnisciente. El conocimiento infinito de Dios debería llenarnos de santo temor. Nada de lo que hacemos, decimos, o incluso pensamos, escapa a la percepción de Aquel a quien tenemos que dar cuenta: “Los ojos de Jehová están en todo lugar, mirando a los malos y a los buenos” (Proverbios 15:3). ¡Qué freno significaría esto para nosotros si meditásemos más a menudo sobre ellos! En lugar de obrar indiferentemente, diríamos, con Agar: “Tú eres el Dios de la vista” (Génesis 16:13). La compresión del infinito conocimiento de Dios debe llenar al cristiano de adoración. Mi vida entera ha permanecido abierta a su mirada desde el principio. El previó todas mis caídas, mis pecados, mis reincidencias; empero, así y todo, fijo su corazón en mi. La comprensión de este hecho, ¡cómo postrarme en admiración y adoración delante de Él!

La siguiente publicacion será sobre otro de los atributos de Dios, la "Presciencia de Dios". Hasta la próxima.