Después de algunos días de pausa continuaré publicando un capítulo más del libro "Atributos de Dios". Esta vez toca "la presciencia de Dios".
LA PRESCIENCIA DE DIOS.
¡Qué de controversias ha engendrado este tema en el pasado! Pero, ¿qué verdad hay en la Santa Escritura que no haya sido tomada como ocasión de batallas teológicas y eclesiásticas? La deidad de Cristo, su nacimiento virginal, su muerte expiatoria, su segunda venida; la justificación del creyente, su santificación, su certeza; la iglesia, su organización, oficiales y disciplina; el bautismo, la cena del Señor, y muchísimas otras verdades preciosas que podríamos mencionar. Con todo, las controversias sostenidas en torno a estas no cerraron la boca de los siervos fieles de Dios; ¿habíamos de evitar, entonces, la enojosa cuestión de la presciencia de Dios porque hay, ciertamente, algunos que nos acusaran de fomentar la contienda? Que otros disputen, si quieren; nuestro deber es testificar según la luz que se nos concede.
Hay dos cosas, acerca de la presciencia de Dios, que muchos ignoran: el significado del término, y su alcance bíblico. Debido a que esta ignorancia esta tan extendida, le resultará fácil a un predicador o maestro el defraudar con perversiones de este tema aun al pueblo de Dios. Solo hay una salvaguardia contra el error: estar confirmados en la fe; y para ellos ha de haber estudio diligente y oración, y una recepción humilde del injerto de la palabra de Dios. Solo entonces somos fortificados contra los ataques de aquellos que nos asaltan. En estos días, hay algunos que están usando indebidamente de esta verdad con el fin de desacreditar o negar la soberanía absoluta de Dios en la salvación de los pecadores. Así como los críticos de la alta escuela repudian la inspiración divina de las Escrituras, y los evolucionistas la obra de Dios en la creación, así también, algunos falsos maestros de la Biblia pervierten su presciencia con el fin de desechar su absoluta elección para vida eterna.
Cuando se expone el tema bendito y solemne de la predeterminación, y el de la eterna elección por parte de Dios de ciertas personas para ser hechas conformes a la imagen de su Hijo, el Enemigo envía algún hombre a argüir que la elección se basa en la presciencia de Dios, y esta “presciencia” se interpreta significando que previo que algunos serian mas dóciles que otros, que responderían mas prontamente te a los esfuerzos del Espíritu, y que, debido a que Dios sabía que creerían, Él, en consecuencia, los predestino para salvación. Pero tal declaración es radicalmente errónea. Repudia la verdad de la depravación total, ya que arguye que hay algo bueno en algunos hombres. Quita a Dios su independencia, ya que hace que sus decretos descansen en lo que Él descubre en la criatura. Trastorna las cosas completamente, ya que decir que Dios previo que ciertos pecadores creerían en Cristo, y que, en consecuencia, Él los predestinó para salvación, es lo contrario a la verdad. La Escritura afirma que Dios, en su absoluta soberanía, separo a algunos para que fueran recipientes de sus favores distintivos (Hechos 13:48), y, por tanto, determino conferirles el don de la fe. La falsa teología hace del conocimiento previo que Dios tiene de nuestra fe la causa de su elección para salvación; mientras que la elección de Dios es la causa, y nuestra fe en Cristo es el efecto.
Antes de seguir debatiendo este tema, siempre tan erróneamente interpretado, hagamos una pausa y definamos los términos. ¿Qué quiere decir la palabra “presciencia”? “Conocer de antemano”, es la pronta respuesta de muchos. Pero no debemos juzgar precipitadamente, ni tampoco aceptar como inapelable la definición del diccionario, ya que ésta no es una cuestión de etimología del término empleado. El uso que el Espíritu Santo hace de una expresión define siempre su significado y alcance. Lo que causa tanta confusión y error es el dejar de aplicar esta regla tan sencilla. Hay muchas personas que piensan conocer el significado de una palabra determinada usada en la Escritura, pero que son reacias a poner a prueba sus suposiciones por medio de una concordancia. Ampliemos este punto.
Tomemos la palabra “carne”. Su significado parece ser tan obvio que muchos consideraran que el examinar sus varias conexiones en la Escritura es una pérdida de tiempo. Se supone precipitadamente que la palabra es un sinónimo del cuerpo físico, y no se procura indagar más. Pero, en realidad, la “carne” es la Escritura frecuentemente incluye mucho más que lo que es corporal. Solo por medio de la comparación diligente de cada caso, y el estudio de cada contexto por separado, puede descubrirse todo lo que el término abarca. Tomad la palabra “mundo”. El lector de la Biblia suele imaginar que esta palabra equivale a la raza humana, y, en consecuencia, interpreta equivocadamente los pasajes en los que la misma aparece. Tomada la palabra “inmoralidad”. ¡Sin duda alguna, esta no requiere estudio! Es obvio que hace referencia a la indestructibilidad del alma. Ah, lector, cuando se trata de la Palabra de Dios, el dar por sentado algo sin comprobarlo es locura y error. Si el lector se toma la molestia de examinar cuidadosamente cada pasaje en el que se encuentran las palabras “mortal” e “inmortal”, se dará cuenta que estas nunca se aplican al alma, sino al cuerpo.
Todo lo dicho acerca de “carne”, “mundo” o “inmoralidad”, es aplicable con igual fuerza a los términos “conocer” y “preconocer” (conocer desde antes). Lejos de bastar con la mera suposición de que estas palabras no significan otra cosa que simple cognición, veremos que los diferentes pasajes en los que se encuentran requieren ser considerados cuidadosamente. La palabra “reconocimiento” (traducida en la versión española por “conocer de antes”) no se halla en el Antiguo Testamento; pero sí que se da frecuentemente el término “conocer”. Cuando este es usado en relación con Dios significa a menudo mirar con favor, denotando, no una mera cognición, sino un afecto por el objeto mirado. “Te he conocido por tu nombre” (Éxodo 33:17). “Rebeldes habéis sido a Jehová desde el día que yo os conozco” (Deuteronomio 9:24). “Antes que te formase en el vientre de conocí (Jeremías 1:5). “A vosotros solamente he conocido de todas las familias de la tierra” (Amos 3:2). En estos pasajes, “conocer” significa amar o bien designar.
Asimismo, en el Nuevo Testamento se usa frecuentemente la palabra “conocer” en el mismo sentido que en el Antiguo. “Y entonces les protestaré: Nunca os conocí” (Mateo 7:23). “Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen” (Juan 10:14). “Mas si alguno ama a Dios, el tal es conocido de Él” (I Corintios 8:3). “Conoce el Señor a los que son suyos” (II Timoteo 2:19).
El término “preconocer”, o “presciencia”, tal como se usa en el Nuevo Testamento, es menos ambiguo que en su simple forma “conocer”. Si todos los pasajes en los que aparece son estudiados cuidadosamente, se descubrirá que es muy discutible que el término haga referencia a una mera percepción de eventos que han de tener lugar. En realidad, este término nunca es usado en la Escritura en relación con sucesos o acciones, sino que, por el contrario, siempre se refiere a personas. Dios “conoció por anticipado” a las personas, no ha sus acciones. Para demostrarlo, citaremos los pasajes en los que se encuentra esta expresión.
El primero es Hechos 2:23, donde leemos de Jesús: “… entregado por el determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por manos de inicuos, crucificándole”. Si nos fijamos con atención en las palabras de este versículo, veremos que el apóstol no estaba hablando del conocimiento anticipado de Dios del acto de la crucifixión, sino de la persona crucificado: “este, entregado por”, etc.
El segundo es en Romanos 8:29,30. “Porque a los que antes conoció, también predestino para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que Él sea el primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestino, a estos también llamo;” etc. Fijaos bien en el pronombre que se usa aquí. No es lo que, sino los que antes conoció. Lo que se nos muestra no es la sumisión de la voluntad, ni la fe del corazón, sino las personas mismas.
“No ha desechado Dios a su pueblo, al cual antes conoció” (Romanos 11:2). Una vez más, la referencia es claramente a personas, y a personas solamente.
La última cita es I Pedro 1:2 “Elegidos según la presciencia de Dios Padre.” ¿Quiénes son “elegidos según la presciencia de Dios padre”? El versículo anterior nos lo dice: la referencia es a los “extranjeros esparcidos”, es decir, la Diáspora, los judíos creyentes de la dispersión. Aquí, también, la referencia es a personas, no a sus hechos previstos.
En vista de estos pasajes (y no hay más que estos), ¿Qué base bíblica hay para decir que Dios “previó” los hechos de algunos, a saber, su “arrepentimiento y fe”, y que, a causa de los mismos, los eligió para salvación? Absolutamente ninguna. La Escritura jamás habla del arrepentimiento y la fe como algo previsto o preconocido por Dios. Es verdad que Dios conocía desde toda la eternidad que algunos se arrepentirían y creerían, pero la Escritura no se refiere a esto como objeto de la “presciencia” de Dios. El termino se refiere invariablemente a Dios preconociendo a personas; así pues, “retengamos la forma de las sanas palabras” (II Timoteo 1:13).
Otra cosa sobre la que deseamos llamar particularmente la atención es que los dos primeros pasajes citados muestran de manera clara, y enseñan implícitamente, que la presciencia de Dios no es cautiva sino que, detrás de ella y precediéndola, hay algo más: su propio decreto soberano. Cristo fue “entregado por el (1) determinado consejo y (2) anticipado conocimiento de Dios” (Hechos 2:23). Su “consejo” o decreto fue la base de su anticipado conocimiento. Asimismo en Romanos 8:29. Este versículo empieza con la palabra “porque”, lo cual nos habla de lo que precede inmódicamente. ¿Qué es, entonces, lo que dice el versículo anterior? “Todas las cosas les ayudan a bien… a los que conforme al propósito son llamados.” Así pues, “el anticipado conocimiento” de Dios se basa en su “propósito” o decreto (véase Salmo 2:7).
Dios conoce por anticipado lo que será, porque Él ha decretado que sea. Afirmar, por lo tanto, que Dios elige porque preconoce es invertir el orden de la Escritura, es como poner el carro delante del caballo. La verdad es que preconoce porque ha elegido. Esto elimina la base o causa de la elección como algo de la criatura, y la coloca en la soberana voluntad de Dios. Dios se propuso elegir a ciertas personas, no porque hubiera algo bueno en ellas, ni porque previera algo bueno en ellas, sino solamente a causa de su pura buena voluntad. El porqué escogió a estos no lo sabemos; lo único que podemos decir es: “Así, Padre, porque así te agrado.” La verdad llana de Romanos 8:29 es que Dios, antes de la fundación del mundo, separó ciertos pecadores y los escogió para salvación (II Tesalonicenses 2:13). Estos se ve claro en las últimas palabras del versículo: los “predestino para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo”, etc. Dios no predestinó a aquellos que Él preveía que “eran hechos conformes….”, sino que, por el contrario, predestino a aquellos a los que “antes conoció” (es decir, amo y eligió) “para que fuesen hechos conformes…” Su conformidad a Cristo no es la causa, sino el efecto de la presciencia y predeterminación de Dios.
Dios no eligió ningún pecador porque viera que creería, por la razón, sencilla pero suficiente, de que ningún pecador cree jamás hasta que Dios le da fe; de la misma manera que ningún hombre puede ver antes que Dios le de la vista. La vista es el don de Dios, y ver es la consecuencia del uso de su don. Asimismo, la fe es el don de Dios (Efesios 2:8,9), y creer es la consecuencia del uso de este don. Si fuera cierto que Dios eligió a algunos para ser salvos porque a su debido tiempo estos creerían, eso convertiría el creer en un acto meritorio, y, en este caso, el pecador tendría razón de jactarse, lo cual la Escritura niega enfáticamente (Efesios 2:9).
En verdad la Palabra de Dios es suficientemente clara al enseñar que creer no es un acto meritorio. Afirma que los cristianos son aquellos que “por la gracia han creído” (Hechos 18:27). Por lo tanto, si han creído “por gracia”, no hay absolutamente nada meritorio en creer, y, si no hay nada meritorio, no puede ser la base o causa que movió a Dios a escogerlos. No; la elección de Dios no procede de nada que haya en nosotros, o de nada que proceda de nosotros, sino únicamente de su propia y soberana buena voluntad. Una vez más, en Romanos 11:5 leemos de “un remanente escogido por gracia”. Ahí está suficientemente claro; la misma elección es por gracia, y gracia es favor inmerecido, algo a lo que no tenemos derecho alguno.