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lunes, 8 de agosto de 2011

Continuando con los atributos de Dios

Hoy toca subir un peldaño más en la lectura de este libro y para eso publico el siguiente punto del libro que recomendé días atras escrito por Arthur Pink "Los atributos de Dios". Entonces vamos a continuar subiendo y espero que usted amado lector continúe leyendo.

LOS DECRETOS DE DIOS

El decreto de Dios es su propósito o determinación respecto a las cosas futuras. Hemos usado el singular, como hace la Escritura (Romanos 8:28, Efesios 3:11), porque solo hubo un acto de su mente infinita acerca del futuro. Nosotros hablamos como si hubiera habido muchos, porque nuestras mentes solo pueden pensar en ciclos sucesivos, a medida que surgen los pensamientos y ocasiones; o en referencia a los distingos objetos de su decreto, los cuales, siendo muchos, nos parece que requieren un propósito diferente para cada uno. Pero el conocimiento Divino no procede gradualmente, o por etapas: “Conocidas son a Dios desde el siglo todas sus obras” (Hechos 15:18).

Las Escrituras mencionan los decretos de Dios en muchos pasajes y usando varios términos. La palabra “decreto” se encuentra en el Salmo 2:7, etcétera. En Efesios 3:11 leemos acerca de su “determinación eterna”. En Hechos 2:23 de su “determinado consejo y providencia”. En Efesios 1:9 del misterio de su “voluntad”. En Romanos 8:29 que Él también “predestinó”. En Efesios 1:9 de su “beneplácito”. Los decretos de Dios son llamados sus “consejos” para significar que son consumadamente sabios. Son llamados su “voluntad” para mostrar que Dios no está bajo ninguna sujeción, sino que actúa según su propio deseo. Cuando la regla de conducta de una persona es su propia voluntad, es generalmente caprichosa e irrazonable; pero en el proceder Divino la sabiduría está siempre asociada con la voluntad, y por lo tanto, se dice que los decretos de Dios son “el consejo de su voluntad” (Efesios 1:11).

Los decretos de Dios están relacionados con todas las cosas futuras sin excepción: todo lo que es hecho a su tiempo, fue predeterminado antes del principio del tiempo. El propósito de Dios afectaba a todo, grande o pequeño, bueno o malo, aunque debemos apresurarnos a afirmar que, si bien Dios es el Ordenador y Controlador del pecado, no es su Autor de la misma manera que es el Autor del bien. El pecado no podía proceder de un Dios santo por creación directa o positiva, sino solamente por su permiso por decreto y su acción negativa. El decreto de Dios es tan amplio como su gobierno, y se extiende a todas las criaturas y eventos. Se relaciona con nuestra vida y nuestra muerte; con nuestro estado en el tiempo y en la eternidad. De la misma manera que juzgamos los planos de un arquitecto inspeccionando el edificio erigido bajo sus directrices, así también, por sus obras, aprendemos cuál es (era) el propósito de Aquel que hace todas las cosas según el consejo de su voluntad.

Dios no decretó meramente hacer al hombre, ponerle sobre la tierra, y entonces dejarle bajo su propia guía incontrolada; sino que fijó todas las circunstancias de la muerte de los individuos, y todos los pormenores que la historia de la raza humana comprende, desde su principio hasta su fin. No decretó solamente que debían ser establecidas leyes para el gobierno del mundo, sino que dispuso la aplicación de las mismas en cada caso particular. Nuestros días están contados, así como también los cabellos de nuestra cabeza. Podemos entender el alcance de los decretos Divinos si pensamos en las dispensaciones de la providencia en las cuales aquellos son cumplidos. Los cuidados de la Providencia alcanzan a la más insignificante de las criaturas y al más nimio de los acontecimientos, tales como la muerte de un gorrión o la caída de un cabello.

Consideremos ahora algunas de las peculiaridades de los decretos Divinos. Son, en primer lugar, eternos. Suponer que alguno de ellos fue dictado dentro del tiempo, equivale a decir que se ha dado un caso imprevisto o alguna combinación de circunstancias que ha inducido al Altísimo a tomar una nueva resolución. Esto significaría que los conocimientos de la Deidad son limitados, y que con el tiempo va aumentando en sabiduría, lo cual sería una blasfemia horrible. Nadie que crea que el entendimiento Divino es infinito, abarcando el pasado, presente y futuro, asentirá nunca a la doctrina de los decretos temporales. Dios no ignora los acontecimientos futuros que serán ejecutados por volición humana; los ha predicho en innumerables ocasiones, y la profecía no es otra cosa que la manifestación de su presencia eterna. La Escritura afirma que los creyentes fueron escogidos en Cristo antes de la fundación del mundo (Efesios 1:4), más aun, que la gracia les fue “dada” ya entonces (II Timoteo 1:9).

En segundo lugar, los decretos de Dios son sabios. La sabiduría se muestra en la selección de los mejores fines posibles, y de los medios más apropiados para cumplirlos. Por lo que conocemos de los decretos de Dios, es evidente que les corresponde tal característica. Se nos descubre en su cumplimiento; todas las muestras de sabiduría en las obras de Dios son prueba de la sabiduría del plan por el que se llevan a cabo. Como declara el salmista: “¡Cuán muchas son tus obras, oh Jehová! Hiciste todas ellas con sabiduría” (Salmo 104:24). Solo podemos observar una pequeñísima parte de ellas, pero, como en otros casos, conviene que procedamos a juzgar el todo por la muestra; lo desconocido por lo conocido. Aquel que, al examinar parte del funcionamiento de una máquina, percibe el admirable ingenio de su construcción, creerá, naturalmente, que las demás partes son igualmente admirables. De la misma manera, cuando las dudas acerca de las obras de Dios asaltan nuestra mente, deberíamos rechazar las objeciones sugeridas por algo que no podemos reconciliar con nuestras ideas de lo que es bueno y sabio. Cuando alcancemos los límites de lo finito y miremos hacia el misterioso reino de lo infinito, exclamemos: “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios!” (Romanos 11:33).

En tercer lugar, son libres. “¿Quién enseño al Espíritu de Jehová, o le aconsejo enseñándole? ¿A quién demandó consejo para ser avisado? ¿Quién le enseñó el camino del juicio, o le enseñó ciencia, o le mostró la senda de la prudencia?” (Isaías 40:13,14). Cuando Dios dicto sus decretos, estaba solo, y sus determinaciones no se vieron influidas por causa externa alguna. Era libre para decretar o dejar de hacerlo, y para decretar una cosa y no otra. Es preciso atribuir esta libertad a Aquel que es supremo, independiente y soberano en todas sus acciones.

En cuarto lugar, los decretos de Dios son absolutos e incondicionales. Su ejecución no está supeditada a condición alguna que se pueda o no cumplir. En todos los casos en los que Dios ha decretado un fin, ha decretado también todos los medios para dicho fin. El que decretó la salvación de sus elegidos, decreto también obrar fe en ellos (II Tesalonicenses 2:13). “Mi consejo permanecerá, y hare todo lo que quisiere” (Isaías 46:10); pero esto no podría ser así si su consejo dependiese de una condición que pudiera dejar de cumplirse. Dios “hace todas las cosas según el consejo de su voluntad” (Efesios 1:11).

Junto a la inmutabilidad e inviolabilidad de los decretos de Dios, la Escritura enseña claramente que el hombre es una criatura responsable de sus acciones, de las cuales debe rendir cuentas. Y si nuestras ideas reciben su forma de la Palabra de Dios, la afirmación de una enseñanza de ellas no nos llevara a la negación de la otra. Reconocemos que existe verdadera dificultad en definir donde termina una y donde comienza la otra. Esto ocurre cada vez que lo divino y lo humano se confunden. La verdadera oración está redactada por el Espíritu, no obstante, es también el clamor de un corazón humano. Las Escrituras son la Palabra inspirada de Dios, pero fueron escritas por hombres que eran algo más que maquinas en las manos del Espíritu. Cristo es Dios, y también hombre. Es omnisciente, mas “crecía en sabiduría” (Lucas 2:52). Es todopoderoso, y sin embargo, fue “crucificado por flaqueza” (II Corintios 13:4). Es el Príncipe de vida, empero murió. Estos son grandes misterios, pero la fe los recibe sin discusión.

En el pasado se ha hecho observar con frecuencia que toda objeción hecha contra los decretos eternos de Dios se aplica con la misma fuerza contra su eterna presciencia. “Tanto si Dios ha decretado todas las cosas que acontecen como si no lo ha hecho, todos los que reconocen la existencia de un Dios reconocen que sabe todas las cosas de antemano. Ahora bien, es evidente que si Él conoce todas las cosas de antemano, las aprueba o no, es decir, o quiere que acontezcan o no lo quiere. Pero querer que acontezcan es decretarlas” (Jonathan Edwards).

Finalmente, trátese de hacer una suposición, y luego considérese lo contrario de la misma. Negar los decretos de Dios seria aceptar un mundo, y todo lo que con él se relaciona, regulado por un accidente sin designio o por un destino ciego. Entonces, ¿qué paz, qué seguridad, qué consuelo habría para nuestros pobres corazones y mentes? ¿Qué refugio habría al que acogerse en la hora de la necesidad y la prueba? Ni el más mínimo. No habría cosa mejor que las negras tinieblas y el abyecto horror del ateísmo. ¡Oh lector, cuán agradecidos deberíamos estar porque todo está determinado por la bondad y sabiduría infinitas! ¡Cuánta alabanza y gratitud debemos a Dios por sus decretos! Es por ellos que “sabemos que a los que a Dios aman, todas las cosas les ayudan a bien, a los que conforme al propósito son llamados” (Romanos 8:28). Bien podemos exclamar: “Porque de Él y por Él, y en Él, son todas las cosas. A Él sea gloria por siglos. Amén” (Romanos 11:36).

Hasta aquí he terminado de publicar un punto más de este libro "Los atributos de Dios". Que la lectura de esta publicación pueda edificar su vida y fortalecer su fe y en su conocimiento del Dios todopoderoso, quien es digno de toda gloria por los siglos de los siglos.

En la próxima publicación estaré transcribiendo el siguiente punto de este libro que sería "La omnisciencia de Dios". Hasta la próxima.

2 comentarios:

  1. hno. quiero tenerlo el libro completo, nose si podria pasarmelo a mi correo que le escribi la vez pasada, este libro es buenisimo. espero sus respuestas.

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  2. Asi es amigo mio, el libro es realmente muy bueno y en cuanto me sea posible le enviaré el libro en formato pdf a su correo.

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