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lunes, 12 de septiembre de 2011

LA SUPREMACÍA DE DIOS

Hoy nuevamente continuaré subiendo un capitulo más de este maravilloso libro de Athur Pink. Verdaderamente este hombre de Dios respira Biblia, cada expresión está siempre acompañada de la bendita palabra de Dios. El cristiano verdadero se verá confrontado y será llevado a humillarse cada día más y ver la maravillosa majestuosidad del Dios de la Biblia, el Todopoderoso, ¿quién con tú oh Dios?. Por favor pido a los cristianos no dejar de continuar leyendo este libro, les aseguro que será de mucha bendición para su vida. Aquellos que aún no han gustado de la gracia de Dios, solo sentirán un rechazo de lo que se describe en este punto, pues su corazón y su orgullo les llevará a crujir sus dientes y a tapar sus oidos y se irán en pos de sus propios dioses que ellos mismos han fabricado con su propia imaginación, pero ustedes también tienen esperanza de ser alumbrados con la luz del Evangelio de Cristo y entonces podrán gozosamente aceptar la supremacía de Dios, y entonces verán la necesidad de derribar sus dioses que han edificado y amarán al Dios de la Biblia.

LA SUPREMACÍA DE DIOS.

En una de sus cartas a Erasmo, Lutero decía: “Vuestro concepto de Dios es demasiado humano”. El renombrado erudito probablemente se ofendió por tal reproche que procedía del hijo de un minero; sin embargo, lo tenía perfectamente merecido. Nosotros, también, aunque no tengamos lugar entre los líderes religiosos de esta era degenerada, presentamos la misma denuncia, y contra la mayoría de los predicadores de nuestros días, y contra quienes, en lugar de escudriñar las Escrituras por sí mismos, aceptan perezosamente las enseñanzas de otros. En la actualidad, y casi en todas partes, se sostienen los más deshonrosos y degradantes conceptos acerca de la autoridad y el reino del Todopoderoso. Para incontables millares, incluso entre los que profesan ser cristianos, el Dios de las Escrituras es completamente desconocido.

En la antigüedad, Dios se quejó a un Israel apostata: “Pensabas que de cierto seria yo como tú” (Salmo 50:21). Tal ha de ser ahora su acusación contra una cristiandad apostata. Los hombres imaginan que al Altísimo le mueven, no los principios, sino los sentimientos. Suponen que su omnipotencia es una ficción vacía y que Satanás puede desbaratar Sus designios a su antojo. Creen que si en realidad Él se ha forjado un plan o propósito, ha de ser como los suyos, constantemente sujetos a cambios. Declaran abiertamente que sea el que fuere el poder que posee, ha de ser restringido, no sea que invada la ciudadela del “libre albedrio” del hombre y lo reduzca a una “maquina”. Rebajan la eficacísima expiación, la cual redimió a todos aquellos por los cuales fue hecha, hasta hacer de ella una mera “medicina” que las almas enfermas por el pecado pueden usar si se sienten dispuestas a ello; y desvirtúan la obra invencible del Espíritu Santo, convirtiéndola en una “oferta” del Evangelio que los pecadores pueden aceptar o rechazar a su antojo.

El “dios” del presente siglo veinte no se asemeja más al Soberano Supremo de la Sagrada Escritura de lo que la confusa y vacilante llama de una vela se asemeja a la gloria del sol de mediodía. El “dios” del cual suele hablarse desde el pulpito y en la escuela dominical, el que se menciona en gran parte de la literatura religiosa actual, el que se predica en la mayoría de las llamadas conferencias bíblicas, es una invención de la imaginación humana, una ficción del sentimentalismo sensiblero. Los idolatras que se hallan fuera del seno de la cristiandad se hacen “dioses” de madera o de piedra, mientras que los millones de idolatras que se hallan dentro del seno de la cristiandad se elaboran “dioses” producto de sus propias mentes. En realidad, no son otra cosa que ateos, ya que no hay otra alternativa posible sino creer en un Dios absolutamente supremo o no creer en Dios. Un “dios” cuya voluntad puede ser resistida, cuyos designios pueden ser frustrados y cuyos propósitos pueden ser derrotados, no posee derecho alguno a la deidad, y lejos de ser objeto digno de adoración, merece solamente desprecio.

La distancia infinita que existe entre las más poderosas criaturas y el Creador todopoderoso es prueba de la supremacía del Dios viviente y verdadero. El es el Alfarero, ellas no son más que barro en sus manos, que puede ser transformado en vasos de honra, o desmenuzado (Salmo 2:9) a su gusto. Si todos los ciudadanos del cielo y todos los habitantes de la tierra se unieran en rebelión contra Él, no le ocasionarían inquietud alguna, y ello tendría menos efecto sobre su trono eterno e inexpugnable del que tiene sobre la elevada roca de Gibraltar la espuma de las olas del Mediterráneo. Tan pueril e impotente para afectar al Altísimo es la criatura, que la Escritura misma nos dice que cuando los príncipes gentiles se unan con Israel apostata para desafiar a Jehová y su Cristo, “el que mora en los cielos se reirá” (Salmo 2:4).

La supremacía absoluta y universal de Dios esta llana y positivamente declarada en muchos lugares de la Escritura. “Tuya es, oh Jehová, la magnificencia, y el poder, y la gloria, la victoria, y el honor; porque todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son tuyas. Tuyo, oh Jehová, es el reino, y la altura sobre todos los que están por cabeza… Y Tú señoreas a todos” (I Crónicas 29:11,12). Nótese que dice “señoreas” ahora, no “señorearas en el Milenio”. “Jehová Dios de nuestros padre, ¿no eres Tú Dios en los cielos, y te enseñoreas en todos los reinos de las Gentes? ¿No está en tu mano tal fuerza y potencia, que no hay quien (ni siquiera el diablo) te resista? (II Crónicas 20:6). Ante Él, los presidentes y los papas, los reyes y los emperadores, son menos que la langosta.

“empero si Él se determina en una cosa, ¿Quién lo apartará? Su alma deseo, e hizo” (Job 23:13). Lector amigo, el Dios de la Escritura no es un monarca falso, ni un mero soberano imaginario, sino Rey de reyes y Señor de señores. “Yo conozco que todo lo puedes, y que no hay pensamiento que se esconda de ti” (Job 42:2), o, como alguien ha traducido, “ningún propósito tuyo puede ser frustrado”. Él hace todo lo que ha designado. Cumple todo lo que ha decretado. “Nuestro Dios está en los cielos: Todo lo que quiso ha hecho” (Salmo 115:3); y, ¿por qué? Porque “no hay sabiduría, ni inteligencia, ni consejo contra Jehová” (Proverbios 21:30).

La supremacía de Dios sobre las obras de sus manos está descrita de manera vivida en la Escritura. La materia inanimada y las criaturas irracionales cumplen los mandatos de su Creador. A su mandato el mar Rojo se dividió, y sus aguas se levantaron como muros (Éxodo 14); la tierra abrió su boca y los rebeldes descendieron vivos al abismo (Números 16). Cuando Él lo ordeno, el sol se detuvo (Josué 10); y en otra ocasión volvió diez grados atrás en el reloj de Acaz (Isaías 38:8). Para manifestar su supremacía, hizo que los cuervos llevaran comida a Elías (I Reyes 17), que el hierro nadara sobre las aguas (II Reyes 6:6), cerro la boca de los leones cuando Daniel fue arrojado al foso, e hizo que el fuego no quemara cuando los tres jóvenes hebreos fueron echados a las llamas. Así pues, “todo lo que quiso Jehová, ha hecho en los cielos y en la tierra, en los mares y en todos los abismos” (Salmo 135:6).

La supremacía de Dios se demuestra también en su gobierno perfecto sobre la voluntad de los hombres. Que el lector estudie cuidadosamente Éxodo 34:245. Tres veces al año, todos los varones de Israel debían dejar sus hogares e ir a Jerusalén. Vivian rodeados de pueblos hostiles que les odiaban por haberse apropiado de sus tierras. Siendo así, ¿Qué impedía que los cananitas, aprovechando la ausencia de los hombres, mataran a las mujeres y los niños y tomaran posesión de sus haciendas? Si la mano del Todopoderoso no estuviera incluso sobre la voluntad de los impíos, ¿Cómo podía prometer que nadie ni siquiera “desearía” sus tierras? “como los repartimientos de las aguas, así está el corazón del rey en la mano de Jehová: A todo lo que quiere lo inclina” (Proverbios 21:1).

Habrá empero quien objete que una y otra vez leemos en la Escritura como aquellos hombres desafiaron a Dios, resistieron su voluntad, quebrantaron sus mandamientos, desestimaron sus amonestaciones, e hicieron oídos sordos a sus exhortaciones. Si, es cierto; pero, ¿anula esto lo que hemos dicho anteriormente? Si es así, entonces la Biblia se contradice manifiestamente a sí misma. Pero eso no puede ser. El que hace esta objeción se refiere únicamente a la impiedad del hombre contra la palabra externa de Dios, mientras que lo que hemos mencionado es lo que Dios se ha propuesto en sí mismo. La norma de conducta que Él nos ha dado no es cumplida perfectamente por ninguno de nosotros; sus propios “consejos” eternos son cumplidos hasta el más minúsculo de los detalles.

La supremacía absoluta y universal de Dios se afirma con igual claridad y certeza en el Nuevo Testamento. Ahí se nos dice que Dios “hace todas las cosas según el consejo de su voluntad” (Efesios 1:11). “hace”, en griego, significa “hacer efectivo”. Por esta razón, leemos: “Porque de Él, y por Él, y en Él, son todas las cosas. A Él sea gloria por siglos. Amén” (Romanos 11:36). Los hombres pueden jactarse de ser agentes libres, con voluntad propia, y de que son libres de hacer lo que les plazca, pero a aquellos que, jactándose, dicen: “Iremos a tal ciudad, y estaremos…”, la Escritura advierte: “En lugar de lo cual deberíais decir: Si el Señor quisiere” (Santiago 4:13,15). He aquí, pues, lugar de descanso para el corazón.

Nuestras vidas no son el producto de un destino ciego, ni el resultado de la suerte caprichosa, sino que cada detalle de las mismas fue ordenado por el Dios viviente y soberano. Ni un solo cabello de nuestras cabezas puede ser tocado sin su permiso. “El corazón del hombre piensa su camino: mas Jehová endereza sus pasos” (Proverbios 16:9). ¡Qué certeza, poder y consuelo debería de proporcionar esto al verdadero cristiano¡ “En tu mano están mis tiempos” (Salmo 31:15). Así, permitidme decir: “Calla a Jehová, y espera en Él” (Salmo 37:7).

Fin.

En la próxima publicación estaré subiendo "la soberanía de Dios"

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