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miércoles, 28 de septiembre de 2011

LA SOBERANÍA DE DIOS

Hoy continuaré con la publicación de este maravilloso libro de Arthur Pink "Los atributos de Dios", muchos cristianos conocemos poco y nada sobre la soberanía de Dios, pero espero que con la lectura de este libro pueda al menos tener una idea de lo que significa e implica la soberanía de Dios. Que Dios habrá sus mentes y sus corazones para recibir esta excelente exposición sobre este atributo de Dios.

LA SOBERANIA DE DIOS.

La soberanía de Dios puede definirse como el ejercicio de su supremacía (véase el capitulo anterior). Dios es el Altísimo, el Señor del cielo y de la tierra; esta exaltado infinitamente por encima de la más eminente de las criaturas. El es absolutamente independiente; ni está sujeto a nadie, ni es influido por nadie. Dios obra siempre y únicamente como gusta. Nadie puede frustrar ni detener sus propósitos. Su propia Palabra lo declara explícitamente: “Mi consejo permanecerá, y haré todo lo que quisiere” (Isaías 46:10); “En el ejercito del cielo, y en los habitantes de la tierra, hace según su voluntad: ni hay quien estorbe su mano” (Daniel 4:35). La soberanía divina significa que Dios lo es de hecho, así como de nombre, y que está en el Trono del universo dirigiendo y obrando todas las cosas “según el consejo de su voluntad” (Efesios 1:11).

Con razón decía Spurgeon, en un sermón sobre Mateo 20:15, que “no hay atributo mas confortador para Sus hijos que el de la soberanía de Dios. Bajo las más adversas circunstancias y las pruebas más severas, creen que la Soberanía los gobierna y que los santificará a todos. Para ellos, no debería haber nada por lo que luchar más celosamente que la doctrina del Señorío de Dios sobre toda la creación – el reino de Dios sobre todas las obras de Sus manos --, el trono de Dios, y Su derecho a sentarse en el mismo. Por otro lado, no hay doctrina más odiada por la persona mundana, ni verdad que haya sido más maltratada, que la grande y maravillosa, pero certísima, doctrina de la soberanía del infinito Jehová. Los hombres permitirán que Dios este en todas partes, menos en Su trono. Le permitirán formar mundos y hacer estrellas, dispensar limosnas y conceder mercedes, sostener la tierra y soportar los pilares de la misma, iluminar las luces del cielo, y gobernar las incesantes olas del océano; pero cuando Dios asciende a su trono sus criaturas rechinan los dientes, y nosotros proclamamos un Dios entronizado y su derecho a hacer su propia voluntad con lo que le pertenece, a disponer de sus criaturas como a Él le place, sin necesidad de consultarlas. Entonces se nos maldice y los hombres hacen oídos sordos a lo que les decimos, ya que no aman a un Dios que está sentado en Su trono. Pero es a Dios en Su trono que nosotros queremos predicar. Es en Dios en Su trono en quien confiamos”.

“Todo lo que quiso Jehová, ha hecho en los cielos y en la tierra, en los mares y en todos los abismos” (Salmo 135:6). Si, querido lector, tal es la Potestad revelada en las Sagradas Escrituras. Sin rival en majestad, sin límite en poder, sin nada, fuera de sí misma, que le pueda afectar. No obstante, vivimos en unos días en los que incluso los más “ortodoxos” parecen temer el admitir la verdadera divinidad de Dios. Dicen que reconocer la soberanía de Dios significa excluir la responsabilidad humana; cuando la verdad es que la responsabilidad humana se basa en la soberanía Divina, y es el resultado de la misma.

“Y nuestro Dios está en los cielos; todo lo que quiso ha hecho” (Salmo 115:3). En su soberanía escogió colocar a cada una de sus criaturas en la condición que pareció bien a sus ojos. Creo ángeles: a algunos los coloco en un estado condicional, a otros les dio una posición inmutable delante de Él (I Timoteo 5:21), poniendo a Cristo como su cabeza (Colosenses 2:10). No olvidemos que los ángeles que pecaron (II Pedro 2:4) eran sus criaturas tanto como los que no pecaron. Con todo, Dios previo que caerían y, sin embargo, los coloco en un estado mudable y condicional, y les permitió caer, aunque El no fuera el autor de su pecado.

Asimismo, Dios, en su soberanía, coloco a Adán en el jardín del Edén en un estado condicional. Si lo hubiera deseado podía haberle colocado en un estado incondicional, en un estado tan firme como el de los ángeles que jamás pecaron, en uno tan seguro e inmutable como el de los santos en Cristo. En cambio, escogió colocarle sobre la base de la responsabilidad como criatura, para que se mantuviera o cayera según se ajustase o no a su responsabilidad: la de obedecer a su Creador. Adán era responsable ante Dios por la ley que le había sido dada. Esa era una responsabilidad sin menoscabo y puesta a prueba en las condiciones más favorables.

Dios no coloco a Adán en un estado condicional y de criatura responsable porque fuera justo que así lo hiciera. No, era justo porque Dios lo hizo. Ni siquiera dio el ser a las criaturas porque eso fuera lo justo, es decir, porque estuviera obligado a crearlas; sino que era justo porque El lo hizo así. Dios es soberano. Su voluntad es suprema. Dios, lejos de estar bajo ninguna ley, es ley en sí mismo, así es que cualquier cosa que El haga, es justa. Y, ¡ay del rebelde que pone su soberanía en entredicho! “¡Ay del que pleitea con su Hacedor! ¡El tiesto con los tiestos de la tierra! ¿Dirá el barro al que lo labra: Qué haces?” (Isaías 45:9).

Además, Dios el Señor, como soberano, colocó a Israel sobre una base condicional. Los capítulos 19, 20 y 24 de Éxodo ofrecen pruebas claras y abundantes de ello. Estaban bajo el pacto de las obras. Dios les dio ciertas leyes e hizo que las bendiciones sobre ellos, como nación, dependieran de su observancia de las tales. Pero Israel era obstinado y de corazón incircunciso. Se rebelaron contra Jehová, desecharon su ley, se volvieron a los dioses falsos y apostataron. En consecuencia, el juicio divino cayó sobre ellos y fueron entregados en las manos de sus enemigos, dispersados por toda la tierra, y, hasta el día de hoy, permanecen bajo el peso del disfavor de Dios.

Fue Dios quien, en el ejercicio de su gran soberanía, puso a Satanás y sus ángeles, a Adán y a Israel en sus respectivas posiciones de responsabilidad. Pero, en el ejercicio de su soberanía, lejos de quitar la responsabilidad de la criatura, la puso en esta posición condicional, bajo las responsabilidades que El creyó oportunas; y, en virtud de esta soberanía, El es Dios sobre todos. De este modo, existe una armonía perfecta entre la soberanía de Dios y la responsabilidad de la criatura. Muchos han sostenido desatinadamente que es imposible mostrar donde termina la soberanía de Dios y empieza la responsabilidad de la criatura. He aquí donde empieza la responsabilidad de la criatura: en la ordenación soberana del Creador. En cuanto a su soberanía, ¡no tiene ni tendrá jamás “terminación”!

Vamos a probar aun más que la responsabilidad de la criatura se basa en la soberanía de Dios. ¿Cuántas cosas están registradas en la Escritura que eran justas porque Dios las mando, y que no lo hubieran sido si no las hubiera mandado? ¿Qué derecho tenia Adán a comer de los arboles del jardín del Edén? ¡El permiso de su Creador (Génesis 2:16), sin el cual hubiera sido un ladrón! ¿Qué derecho tenía el pueblo de Israel a demandar de los egipcios joyas y vestidos (Éxodo 12:35)? Ninguno, solo que Jehová lo había autorizado (Éxodo 3:22). ¿Qué derecho tenia Israel a matar tantos corderos para el sacrificio? Ninguno, pero Dios así lo mando. ¿Qué derecho tenía el pueblo de Israel a matar a todos los cananeos? Ninguno, sino que Dios les habían mandado hacerlo. ¿Qué derecho tendría el marido a demandar sumisión por parte de su esposa? Ninguno, si Dios no lo hubiera establecido. Podríamos citar muchos más ejemplos para demostrar que la responsabilidad humana se basa en la soberanía Divina.

He aquí otro ejemplo del ejercicio de la absoluta soberanía de Dios: colocó a sus elegidos en un estado diferente al de Adán o Israel. Los puso en un estado incondicional. En el pacto eterno, Jesucristo fue hecho su Cabeza, tomo sobre si sus responsabilidades y obro para ellos una justicia perfecta, irrevocable y eterna. Cristo fue colocado en un estado condicional, ya que fue “hecho súbdito a la ley”, solo que con esta diferencia infinita: los hombres fracasaron, pero El no fracaso ni podía hacerlo. Y, ¿Quién puso a Cristo en este estado condicional? El Dios Trino. Fue ordenado por la voluntad soberana, enviado por el amor soberano, y su obra le fue asignada por la autoridad soberana.

El mediador tuvo que cumplir ciertas condiciones. Había de ser hecho en semejanza de carne de pecado; había de magnificar y honrar la lay; tenía que llevar todos los pecados del pueblo de Dios en su propio cuerpo sobre el madero; tenía que hacer expiación completa por ellos; tenía que sufrir la ira de Dios, morir y ser sepultado. Por el cumplimiento de todas esas condiciones, le fue ofrecida una recompensa: Isaías 53:10-12. Había de ser el Primogénito entre muchos hermanos; había de tener un pueblo que participaría de su gloria. Bendito sea su nombre para siempre porque cumplió todas esas condiciones; y porque las cumplió, el Padre está comprometido en juramento solemne a preservar para siempre y bendecir por toda la eternidad a cada uno de aquellos por los cuales hizo mediación su Hijo encarnado. Porque El tomo su lugar, ellos ahora participan del Suyo. Su justicia es la Suya, su posición delante de Dios es la Suya, y su vida es la Suya. No hay ni una sola condición que ellos tengan que cumplir, ni una sola responsabilidad con la que tengan que cargar para alcanzar la gloria eterna. “Porque con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados” (Hebreos 10:14).

He aquí, pues, la soberanía de Dios expuesta claramente ante todos en las distintas formas en que El se ha relacionado con sus criaturas. Algunos de los ángeles, Adán e Israel fueron colocados en una posición condicional en la que la bendición dependía de su obediencia y fidelidad a Dios. Pero, en marcado contraste con estos, a la “manada pequeña” (Lucas 12:32) le ha sido dada una posición incondicional e inmutable en el pacto de Dios, en sus consejos y en su Hijo; su bendición depende de lo que Cristo hizo por ellos. “El fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos” (II Timoteo 2:19). El fundamento sobre el que descansan los elegidos de Dios es perfecto: nada puede serle añadido, ni nada puede serle quitado (Eclesiastés 3:14). He aquí, pues, el más alto y grande exponente de la absoluta soberanía de Dios. En verdad, El “del que quiere tiene misericordia; y al que quiere endurece” (Romanos 9:18).

En la próxima publicación publicaré el siguiente capítulo "La inmutabilidad de Dios".
Hasta pronto.

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