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martes, 18 de octubre de 2011

LA INMUTABILIDAD DE DIOS

Continuamos publicando el libro recomendado, no se pierda ninguno de estos maravillosos capítulos sobre los atributos de Dios. Hoy llegamos ya a "LA INMUTABILIDAD DE DIOS". Que Dios les bendiga con abundante bendición espiritual.

LA INMUTABILIDAD DE DIOS

Esta es una de las perfecciones Divinas que nunca han sido suficientemente estudiadas. Es una de las excelencias que distinguen al Creador de todas sus criaturas. Dios es el mismo perpetuamente; no está sujeto a cambio alguno en su ser, atributos o determinaciones. Por ello, Dios es comparable a una roca (Deuteronomio 32:4, etc.) que permanece inconmovible cuando el océano entero que la rodea, fluctúa continuamente; aunque todas las criaturas estén sujetas a cambios, Dios es inmutable. El no conoce cambio alguno porque no tiene principio ni fin. Dios es para siempre “el Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de variación” (Santiago 1:17).

En primer lugar, Dios es inmutable en esencia. Su naturaleza y ser son infinitos y, por lo tanto, no están sujetos a mudanza alguna. Nunca hubo un tiempo en el que El no existiera; nunca habrá día en el que deje de existir. Dios nunca ha evolucionado, crecido o mejorado. Lo que es hoy ha sido siempre y siempre será. “Yo Jehová, no me mudo” (Malaquías 3:6), es su propia afirmación absoluta. No puede mejorar, porque es perfecto; y, siendo perfecto, no puede cambiar en mal. Siendo totalmente imposible que algo externo le afecte, Dios no puede cambiar ni en bien ni en mal: es el mismo perpetuamente. Solo Él puede decir: “Yo soy el que soy” (Éxodo 3:14). El correr del tiempo no le afecta en absoluto. En el rostro eterno no hay arrugas.

Por lo tanto, su poder nunca puede disminuir, ni su gloria palidecer.

En segundo lugar, Dios es inmutable en sus atributos. Cualesquiera que fuesen los atributos de Dios antes que el universo fuera creado, son ahora exactamente los mismos, y así permanecerán para siempre. Es necesario que sea así, ya que tales atributos son las perfecciones y cualidades esenciales de su ser. Semper ídem (siempre el mismo) está escrito sobre cada uno de ellos. Su poder es indestructible, su sabiduría irreductible y su santidad inmancillable. Como la Deidad no puede dejar de ser, así tampoco pueden los atributos de Dios cambiar. Su veracidad es inmutable, porque su Palabra “permanece para siempre en los cielos” (Salmo 119:89). Su amor es eterno: “Con amor eterno te he amado” (Jeremías 31:3), y “como había amado a los suyos que estaban en el mundo, amólos hasta el fin” (Juan 13:1). Su misericordia es incesante, porque es “para siempre” (Salmo 100:5).

En tercer lugar, Dios es inmutable en su consejo. Su voluntad jamás cambia. Algunos quizás objetaran que “arrepintióse Jehová de haber hecho hombre” (Génesis 6:6). A esto respondemos: Entonces, ¿se contradicen las Escrituras a sí mismas? No, es no puede ser. El pasaje de Números 23:19 es suficientemente claro: “Dios no es hombre, para que mienta; ni hijo de hombre para que se arrepienta”. Asimismo, en I Samuel 15:29, leemos: “El Vencedor de Israel no mentirá, ni se arrepentirá; porque no es hombre para que se arrepienta”. La explicación es muy sencilla. Cuando habla de sí mismo, Dios adapta, a menudo, su lenguaje a nuestra capacidad limitada. Se describe a sí mismo como vestido de miembros corporales, tales como ojos, orejas, manos, etc. Habla de sí mismo “despertando” (Salmo 78:15), “madrugando” (Jeremías 7:13); sin embargo, ni dormita ni duerme. Así, cuando adopta un cambio en su trato con los hombres, Dios describe su acción como “arrepentimiento”.

Si, Dios es inmutable en su consejo. “Porque sin arrepentimiento son las mercedes y la vocación de Dios” (Romanos 11:29). Ha de ser así, porque “si El se determina en una cosa, ¿Quién lo apartará? Su alma deseó, e hizo” (Job 23:13). El propósito de Dios jamás cambia. Hay dos causas que hacen al hombre cambiar de opinión e invertir sus planes: la falta de previsión para anticiparse a los acontecimientos, y la falta de poder para llevarlos a cabo. Pero, dado que Dios es omnisciente y omnipotente, nunca necesita corregir sus decretos. No, “el consejo de Jehová permanecerá para siempre; los pensamientos de su corazón por todas las generaciones” (Salmo 33:11). Es por ellos que leemos acerca de “la inmutabilidad de su consejo” (Hebreos 6:17).

En esto percibimos la distancia infinita que existe entre la más grande de las criaturas y el Creador. Creación y mutabilidad son, en un sentido, términos análogos. Si la criatura no fuera mudable pro naturaleza, no sería criatura, seria Dios. Por naturaleza, ni vamos ni venimos de ninguna parte. Nada, aparte de la voluntad y el poder sustentador de Dios, impide nuestra aniquilación. Nadie puede sostenerse a sí mismo ni un solo instante. Dependemos por completo del Creador en cada momento que respiramos. Reconocemos con el salmista que “El es el que puso nuestra alma en vida” (Salmo 66:9). Al comprender esta verdad, debería humillarnos el sentido de nuestra propia insignificancia en la presencia de Aquel en quien “vivimos, y nos movemos, y somos”.

Como criaturas caídas, no solamente somos mudables, sino que todo en nosotros es contrario a Dios. Como tales, somos “estrellas erráticas” (Judas 13), fuera de órbita. “Los impíos son como la mar en tempestad, que no puede estarse quieta” (Isaías 57:20). El hombre caído es inconstante. Las palabras de Jacob, refiriéndose a Rubén, son aplicables igualmente a todos los descendientes de Adán: “Corriente como las aguas” “dejaos del hombre” (Isaías 2:22), no solo es una muestra de piedad, sino también de sabiduría. No hay ser humano del que se pueda depender. “No confiéis en los príncipes, ni en hijo de hombre, porque no hay en el salud” (Salmo 146:3). Si desobedezco a Dios, merezco ser engañado y defraudado por mis semejantes. La gente puede amarte hoy y odiarte mañana. La multitud que grito: “¡Hosanna al hijo de David!”, no tardo mucho en decir: “¡Quita, quita, crucifícale!”

Aquí tenemos consolación firme. No se puede confiar en la criatura humana, pero si en Dios. No importa cuán inestable sea yo, cuando inconstantes demuestren ser mis amigos; Dios no cambia. Si cambiara como nosotros, si quisiera una cosa hoy y otra distinta mañana, si actuara por capricho, ¿Quién podría confiar en Él? Pero, alabado sea su santo nombre, El es siempre el mismo. Su propósito es fijo, su voluntad estable, su Palabra segura. He aquí una roca en la que podemos fijar nuestros pies mientras el torrente poderoso arrastra todo lo que nos rodea. La permanencia del carácter de Dios garantiza el cumplimiento de sus promesas: “Porque los montes se moverán, y los collados temblaran; mas no se apartara de ti mi misericordia, ni el pacto de mi paz vacilará, dijo Jehová, el que tiene misericordia de ti” (Isaías 54:10).

En esto hallamos estimulo para la oración. “¿Qué consuelo significaría orar a un dios que, como el camaleón, cambiara de color continuamente? ¿Quién presentaría sus peticiones a un príncipe tan variable que concediera una demanda hoy y la negara mañana?” (S. Charnock, 1670). Si alguien pregunta por qué orar a Aquel cuya voluntad esta ya determinada, le contestamos: Porque El así lo quiere. ¿Ha prometido Dios darnos alguna bendición sin que se la pidamos? “Si demandaremos alguna cosa conforme a su voluntad, El nos oye” (I Juan 5:14), y quiere para sus hijos todo lo que es para bien de ellos. El pedir algo contrario a su voluntad no es oración, sino rebelión consumada.

He aquí, también, terror para los impíos. Aquellos que desafían a Dios, quebrantan Sus leyes y no se ocupan de Su gloria, sino que, por el contrario, viven sus vidas como si El no existiera, no pueden esperar que, al final, cuando clamen por misericordia, Dios altere su voluntad, anule su Palabra, y rescinda sus terribles conminaciones. Por el contrario, ha declarado: “Pues también yo haré en mi furor; no perdonara mi ojo, ni tendré misericordia, y gritaran a mis oídos con gran voz, y no los oiré” (Ezequiel 8:18). Dios no se negara a sí mismo para satisfacer las concupiscencias de ellos. El es Santo y no puede dejar de serlo. Por lo tanto, odia el pecado con odio eterno. De ahí el eterno castigo de aquellos que mueren en sus pecados.

“La inmutabilidad Divina, como la nube que se interpuso entre los israelitas y los egipcios, tiene un lado oscuro y otro claro. Asegura la ejecución de sus amenazas, y el cumplimiento de sus promesas; y destruye la esperanza que los culpables acarician apasionadamente, es decir, la de que Dios será blando para con sus frágiles y descarriadas criaturas, y que serán tratados mucho mas ligeramente de lo que parecen indicar las afirmaciones de su Palabra. A esas especulaciones falsas y presuntuosas oponemos la verdad solemne de que Dios es inmutable en veracidad y propósito, en fidelidad y justicia” (J. Dick, 1850).

El próximo capítulo habla sobre la santidad de Dios.

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